Es obvio que lo que llamamos habitualmente Política no es una ciencia capaz de demostrar y verificar sus afirmaciones, sino que creo que todos estamos de acuerdo en denominarla como un arte, en el sentido de que depende de la habilidad del que la ejerce y que ese arte puede ser más o menos atractivo y convincente según la destreza y capacidad de persuasión del político que se trate, y de los medios que utilice.
Pues bien, podemos definirla como un arte sin lugar a dudas, pero a la vez, podemos también preguntarnos: ¿qué clase de arte es? Veamos para ello algunas definiciones o contestaciones posibles:
a) el arte de conseguir el Poder político, en democracia, por medio de lograr mayor número de votos que el adversario.
b) una vez obtenido el Poder, el arte de establecer prioridades en las decisiones a adoptar para desarrollarlo.
c) el arte de servir al bien común de todos los ciudadanos, mediante disposiciones y leyes adecuadas y respetuosas con todos ellos.
d) el arte de imponer la propia ideología sin respetar la de otros ciudadanos que no piensan como el que gobierna, atacando y destruyendo la libertad de las personas, que es principio básico en democracia.
e) el arte de no crear más problemas sino de tratar de resolver los que ya existen en la sociedad, que nunca faltan.
f) el arte de conseguir el mayor número de votos por medios ilícitos moralmente, como el engaño, la mentira, la calumnia, la prevaricación, el cohecho, el miedo, la injusticia, la corrupción, la prebenda, el clientelismo, etc.
g) el arte de manipular a los electores, no favoreciendo su libertad sino al contrario, influyendo negativamente en su modo de sentir o de pensar.
h) el arte de “comprar” los votos de muchos electores, ofreciéndoles subvenciones económicas generosas, empleos o trabajos inventados en empresas ficticias, etc.
En definitiva, puede resumirse el arte de la Política en dos actitudes básicas: esforzarse por servir al bien común de todos, respetando su libertad de elección; o bien, servir al bienestar de algunos o unos pocos ciudadanos, empezando por los propios políticos que gobiernan un país. O lo que es lo mismo, respetar la moralidad de los actos humanos propios y ajenos y por lo tanto la justicia en las decisiones, o no respetar esa moralidad que está intrínseca y necesariamente contenida en cada decisión política que toman los políticos que ejercen el Poder.
Un apunte más: no es verdad lo que decía aquel avispado político inglés de que “el Poder político corrompe siempre y el poder absoluto corrompe absolutamente” No, el Poder corrompe al que lo ejerce moralmente ilícitamente y además tiende a corromper a los que sufren su gobierno, y al contrario, mejora como personas a los políticos que detentan el Poder con absoluto respeto a las personas, y sobre todo a la verdad, a la justicia, a la moralidad y a la libertad, como valores humanos necesarios y trascendentales entre otros, para conseguir una sociedad mayoritariamente sana.
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